Hace apenas unos años, el mundo parecía haberse convertido en un lugar en el que finalmente era posible un nivel sin precedentes de colaboración científica a nivel global. Para mí, eso fue un gran acontecimiento, especialmente después de siglos de conflictos y guerras entre imperios y naciones.
Recordé en particular las numerosas guerras entre Alemania y Francia, que culminaron en las dos Guerras Mundiales, y que fueron seguidas, en 1963, por el Tratado de Amistad de Élisée, firmado por Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, líderes de Francia y la República Federal de Alemania, respectivamente. Sorprendentemente, el tratado contenía un plan para establecer un programa de intercambio de estudiantes de secundaria, que durante décadas ayudó a que Alemania y Francia, adversarios históricos, se convirtieran en aliados cercanos. Adenauer, de 87 años, y De Gaulle, de 72, seguramente eran conscientes de que no vivirían para ver los frutos de este programa de intercambio. Eso hace que la vision de estos dos políticos sea especialmente admirable. Tenían un plan estratégico para mejorar el futuro de sus dos naciones.
Desafortunadamente, el espíritu del Tratado de Élisée no siempre se ha replicado en otros lugares. De hecho, la tendencia hacia la cooperación internacional parece haberse revertido en los últimos tiempos, lo que está afectando no solo a la ciencia global, sino también a las sociedades científicas internacionales.
Para ser realmente efectiva, una sociedad de este tipo debe ser verdaderamente global, con representación de miembros y líderes de todos los continentes, desde el consejo de administración hacia abajo. Sin embargo, dicha sociedad también debe estar registrada, lo que solo se puede hacer en un país específico, aplicándose la legislación y las regulaciones de ese país.
En un mundo ideal, eso importaría poco. Pero en uno donde las tensiones entre países están resurgiendo, esto puede limitar las operaciones de la sociedad, planteando desafíos para las organizaciones que buscan trabajar a nivel internacional. Al fin y al cabo, la ciencia se beneficia enormemente del intercambio transfronterizo, ya que la inclusión—un valor fundamental de Optica—ayuda a los científicos e ingenieros a colaborar en la búsqueda de las mejores soluciones a los problemas del mundo.
No tengo una respuesta a este dilema. Pero al reflexionar sobre el empeoramiento de la situación actual, me vinieron a la mente algunos versos de Walther von der Vogelweide, quizás el poeta alemán más conocido de la Edad Media. Hace unos 800 años, él reflexionó sobre cómo el honor mundano, las posesiones materiales y la gracia divina —los "otros tres" en el siguiente extracto— no pueden coexistir "dentro de un solo corazón" en un mundo de división e injusticia:
Me senté sobre una roca / y crucé las piernas / y apoyé el codo en la rodilla, / y acuné la barbilla y la mejilla / en mi mano. / Y reflexioné muy seriamente / Cómo debe uno llevar la vida en la Tierra... / La traición está ahora en una emboscada / y la violencia deambula por las calles. / La paz y la justicia tienen las heridas más profundas. / Hasta que estos dos sean restaurados primero, / Los otros tres estarán desprotegidos. [Traducción de LyricsTranslate.com]
Esta traducción al español de un breve extracto de un poema mucho más largo no captura por completo la esencia del original. Sin embargo, creo que el mensaje se entiende: ¡un poeta solitario, o en su caso un científico solitario, esperando tiempos mejores!
Gerd Leuchs,
Presidente de Optica